pórtico de Salomón y tan grande era el sentido de la presencia de Dios que “ningún hombre se atrevía a reunirse con ellos”. El mundo vio fuego en ese arbusto y retrocedió aterrado. Por el contrario, nadie les teme a las cenizas. Hoy cualquiera se atreve a acercarse tanto como se le antoja. Incluso palmean en la espalda a la novia profesa de Cristo con grosera familiaridad. Si alguna vez volvemos a impresionar a hombres perdidos, con un temor saludable a lo sobrenatural, será porque tenemos una vez
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